sos el individuo mas al pedo del mundo nùmero

28/3/10

Inútilmente te di gran parte de mi vida. La recogiste como quien se emociona cuando le hacen un regalo, me viste débil y fuerte, me llenaste parte de ese vacío que parecía no tener sentido, me hiciste confiar en vos, en tus palabras y quererte aún sin saber si era lo correcto. Por fin, comenzaba a creer que algo quedaba en el fondo del pozo, que no todo se trataba de ser extremista, que había un camino intermedio que aún siendo desconocido para mí no era imposible de recorrer, que podía emerger y encontrar alguien o algo a lo que aferrarme que no me hiciese daño. Pensé que ibas a jugarte por lo que me decías, que ibas a demostrarme que era posible y que luego, habiendo estado bien, ibas a hacerme feliz. En el camino, te sentí soltarme la mano en algún momento que prefiero no recordar, pero seguí porque confié en que ibas a estar para cuando yo cayese hondo como ahora, me obligué a creer que me seguías los pasos aun de lejos, aunque no pudiese sentir tu cuerpo afirmado junto al mío, aunque tu interés se hubiese esfumado de la nada. Quise creer que ibas a sostenerme y mirarme a los ojos para consolarme el llanto y curarme las heridas abiertas. Con una sonrisa en la cara, te vi por última vez y rece a quien no creo para que nunca me dejases. Sonriendo caí, por última vez, y hasta ahora no volví a salir a la luz del día. Quise tantear tu mano pero todo estaba tan oscuro y había un silencio que disparaba sin importar a quien mataba. No había nadie. Grité, desesperada, te llamé mil veces y tu nombre resonó como si se echase al olvido. Con la fuerza que me quedaba, intenté no desmoronarme ya que te había prometido no hacerlo. Apenas podía conmigo cuando comprendí que no ibas a volver, decidí que no valía la pena cumplir las promesas que te había hecho porque, vos no cumpliste las tuyas y mi esfuerzo no tendría más logro que vivir para no tenerte. No quería aquello, el triunfo me sabía amargo y decidí que lo mejor era dejarme ir. Completamente perdida en mi lecho de vida (o mejor dicho, supervivencia), intenté pararme para ver si quizás todo aquello era una broma de mal gusto. Te escribí esperando explicaciones de cualquier tipo, pero las respuestas nunca llegaron. Me expliqué con excusas para justificarte, aún sabiendo que la explicación se limitaba al abandono, al miedo que nunca supo ser miedo y la lástima con que me mirabas. Aquella mirada que yo creía expresaba amor y fascinación, no era más que dolor y compasión.
Sigo acá, ya no te espero. Sigo en el piso, arinconada en una esquina de la habitación, escribiendo esto. Deletreando el dolor aún sabiendo que nadie lo podría entender y preguntándome miles de cuestiones que nunca voy a poder comprender. El tiempo pasa, los días son todos iguales y la monotonía se convirtió en una pasión de la que no me puedo deshacer. Me acuesto pensando que quizás mañana, algo puede cambiar, quizás alguien algún día se atreva a quererme sinceramente, sin remordimiento de por medio. Con una sonrisa y la lluvia desmoronándose sobre mis ojos, me dejo ir día a día, para demostrarte el daño que has causado, las cicatrices que has dejado, sintiendo la pena bajo mi piel extendiéndose como una enfermedad hambrienta de vida. Tus palabras, son ecos eternos que mi cabeza reproduce millones de veces en busca de alivio. Quiero dejarte atrás, tal como te atreviste a hacerlo conmigo. Quiero mirarte a los ojos, y llenarte de culpa y dolor por tu indiferente despedida. Podrías haberme prevenido, hubiese querido que me dejaras tirada donde estaba y no me recogieras para mostrarme lo que significaba tu paso por mi vida, hubiese preferido que no me marcaras con fuego el alma. Y aú así, lo hiciste.
Ahora, sólo me digo que quiero mirarte y que llores porque todo lo que teníamos…lo dejaste ir.

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